El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)  ha sido un tema de controversia durante los últimos años, este trastorno infiere de manera significativa a nivel social, emocional, y sobre todo en el rendimiento escolar del niño. Contextualizar el trastorno por déficit atención e hiperactividad es tener presente que existen algunas características de tipo biológico, social y cultura que pueden afectar de manera directa a quien lo padece. Al respecto Valle (2015) en su estudio análisis de los modelos de intervención en alumnado con TDAH, refiere que “las problemáticas de conducta, especialmente cuando son extremos, tienen a afectar al funcionamiento diario del individuo, así como a sus relaciones con aquellos que les rodean, familia, profesorado y compañeros” (p.5). Permitiendo que se adopten conductas inadecuadas que a posterior limitaran el normal desarrollo de las actividades que este ejecuta. En cuanto a la afectación de este trastorno en el ambiente familiar, existen investigaciones en las que afirman que los padres de los niños y niñas que experimentan TDAH crean sentimientos de sorpresa e inestabilidad emocional en muchas actividades cotidianas. En concordancia con lo antes mencionado  Quiñones (2015),  en su estudio expresa que los padres de hijos con este trastorno experimentan altos niveles de estrés, frustración e ira, perjudicando su afectividad y competencia social, desencadenando en muchos casos relaciones conflictivas en las relaciones sociales, económicas, familiar, matrimonial y en la interacción con sus hermanos.

Además es importante considerar el aporte  realizado por Alvarez y Pinel (2015)  donde exponen que un diagnóstico precoz en el ámbito educativo permitiría atender su necesidad de una manera más oportuna  con estrategias psicopedagógicas adecuadas que permitan desarrollar destrezas relacionadas al cálculo,  lectoescritura, orientación espacial, desarrollo de habilidades sociales que permitan fortalecer el aprendizaje de una manera integral.